El pasado viernes 4 de noviembre, arrancó la gira de Los Cómplices de Mahou en la Sala Galileo con unos invitados maravillosos: Jorge Drexler y Marlango. El cartel ya daba por sentado que la noche sería muy especial. Pero por si esto fuera poco, tuvimos 10 minutos para charlar con el uruguayo antes del espectáculo.
Soy muy fan de este hombre. No lo voy a esconder. En mi habitación de estudiante, hace como 100 años, me pasaba horas, horas, colgada como una computadora con su voz de fondo. Así que al “tengo un hueco, ¿quieres entrevistar a Jorge Drexler?” mi cuerpo, en ebullición, contestó un sí rotundo y activó la maquinaria de supervivencia de alguien que no es periodista y tiene que actuar como tal. Es decir, echar mano de buenos amigos que sí lo son para unos consejos de última hora.
Con este trasfondo os podéis imaginar mis nervios al sentarme cara a cara con él. Y bueno, así se lo hice saber:
Si fueses tú el que tuviera que hacerte la entrevista, ¿cómo la empezarías?
Diciendo que estoy muy nervioso (risas). El periodismo es una profesión preciosa, pero incluye todas las sensaciones del diálogo humano, del intercambio, incluidos los nervios. Los nervios no son lo peor que le puede pasar a una persona. Lo peor para mí es la desidia, el desinterés, digamos. Los nervios es la señal de que por lo menos la persona está involucrada en lo que está haciendo, está dentro. ¿Cómo empezaría yo la entrevista? Eh…no lo sé.
Alguna pregunta que enganche al lector.
No lo sé. Estoy tentado de decirte que no lo sé y que me alegro de no tener que hacerlo. (risas)
¿Qué hay al otro lado del río de Jorge Drexler?
A veces hay una tendencia a pensar que la persona se corresponde con lo que uno ve de ella en el escenario o escucha en las canciones. Por más que el personaje que yo asuma sea aparentemente cercano de mí; o sea tiene mi nombre y es la misma persona y no es Ziggy Stardust de David Bowie, por ejemplo. Por más cercano que uno mismo crea que su personaje está de sí mismo, nunca está suficientemente cercano.
Al otro lado de esa persona siempre hay cosas que uno se cuida mucho de no llevar al escenario. Y cosas en el escenario que amplifica. Uno elige amplificar una parte de sí.
Yo creo que una persona es como una bola de espejos multirreflectantes, digamos. Que devuelve la luz en todas las direcciones. Y el artista son tres o cuatro espejitos de esa bola.
Que se van moviendo, van cambiando. No es lo mismo lo que uno contaba cuando tenía 25 años que lo que cuenta con 52, por ejemplo.
Ayer , en otra entrevista que hice, me trajeron un vídeo mío de cuando tenía 29 años, que recién estaba empezando a tocar en vivo. Y me llamó mucho la atención porque era yo, evidentemente, me identifico totalmente, pero estaba totalmente desplazado de lo que yo mostraba. Era otra cosa de lo que yo mostraba y era otra cosa lo que ocultaba.
¿Y ahora?
Ahora sigo estando desplazado de lo que yo soy pero muestro otras fases, digamos. Por eso te digo que uno elige mostrar al público sólo un pedazo de la bola de espejos. Y hay otra cosa atrás. Hay una versión que tiene de uno mismo su público, otra su exmujer y no suelen coincidir (risas).
Estudiaste Medicina y llegaste a trabajar de ello.
Sí, trabajé tres años como médico.
Tanto la medicina como la música son algo muy vocacional. ¿Qué fue lo que te hizo dar el paso hacia la composición?
Sinceramente creo que se pueden tener muchas vocaciones. Y yo he tenido la suerte de sentirme también en casa en la medicina. Hubiera estado encantado si hubiese seguido trabajando como médico, pero se produjo el curioso fenómeno de que tenía otra vocación además, que era la música. No solo además, sino de mucho antes. Yo empecé a estudiar música con 5 años y Medicina con 18. Las hice juntas durante mucho tiempo. Pagué mis dos primeros discos con la Medicina, pero en cuanto pude vivir solo de la música, me di cuenta que había venido al planeta a dedicarme a eso y no a lo otro, más de lo que yo creía.
Pero me di cuenta tarde, a los 30 años. Soy una persona de desarrollo sumamente lento, que demora mucho en aprender. Espero todavía estar aprendiendo. Pero recién a los 30 tuve mi gran crisis vocacional. Dejé Uruguay, dejé la Medicina, dejé todo mi mundo allí y me vine a vivir a España, a empezar de nuevo cuando tenía la vida realmente resuelta allá. Vengo de una familia de médicos con muchas vinculaciones, entonces estaba trabajando muy bien.
Da vértigo, ¿no? No es fácil cuando estás en una situación acomodada…
Te mentiría si te dijese que fue difícil. Fue tan claro que fue como un estallido. Es como cuando estás buscando casa y de repente entras a una y dices “es ésta”. Es más, eres imprudente y se lo dices a la inmobiliaria y ya no consigues ninguna rebaja en el alquiler.
Pero cuando lo ves, lo ves. Es un flechazo, es igual que el amor. Cuando dices “es esto y no tengo ninguna duda”. Te pasa pocas veces en la vida.
Has sentido el miedo, el temor, a quedarte sin ideas, a que compongas una canción y no cumpla tus expectativas y digas, ¿y ahora qué?
Unas 240 veces que es el número de canciones que tengo escritas. Cada vez que voy a escribir está ese miedo. Hasta el punto de que pienso que ese miedo es la materia prima de escribir. De verdad. El acto de la creación es el acto de hacer algo a partir de la nada. Es una cosa rarísima. A partir de una hoja en blanco y una guitarra silente que agarrás y de golpe aparece una estructura que es una especie de microcosmos con cierta coherencia interna y con ciertas normas.
Aparece como una especie de cultivo de bacterias organizadas que tiene una vida propia, que tiene un centro, un núcleo, que tiene una periferia que cumple funciones de golpe; o sea se crea una estructura no preexistente. Entonces es muy importante empezar desde cero porque el rango del acto creativo depende del silencio creativo, de la nada. Es cuando se nota más. Igual que se nota más la letra negra cuanto más blanca sea la hoja.
Ese cero creativo sí que produce vértigo, produce mucho miedo y ahí uno aprende en realidad a componer. Aprende a saber que no va a aprender a componer. Y que no pasa nada.
Y que está ahí bien y que siempre le va a dar el mismo trabajo, pero hay que sentarse porque tarde o temprano va a pasar y a tener fe de que va a pasar.
Lo mismo pasa en el escenario. Estás ahí y si estás suficientemente tranquilo aparece de golpe…muerdes la situación y te quedas ahí agarrado. Como si mordieras una manzana y dices “ya la tengo”.
Aprovechado que practicas surf, si hacemos un símil mar-música, cuando estás en tu tabla con el mar en calma esperando a que la ola llegue, ¿podría asemejarse esa ola a la inspiración?
Yo soy una persona muy sencilla en la manera de razonar, entonces intento establecer paralelismos entre todas las cosas que hago; y no veo muchas diferencias entre el surf y la composición.
En el sentido de que cada vez que entro al agua, siento un momento de miedo y de desazón. De no conseguirlo, de que no va a pasar. Siempre se lucha contra la rompiente y si tienes suerte llegas atrás de ella que es un lugar tranquilo. Es como la luna, donde flotas y ondulas hasta que viene la ola y ahí vuelve a entrar el vértigo de vuelta.
Es un lugar al que sólo se puede ir solo. Igual que la composición. Te pueden acompañar hasta la puerta, te pueden agarrar el cuaderno, pueden estar contigo al lado; pero en el momento íntimo de la escritura, aunque estés con otra persona, en el momento de escribir estás solo.
Y en el surf, te pueden llevar hasta ahí pero hay un momento en que tú decides ponerte arriba de pie y nadie te lo puede explicar. Lo tienes que aprender solito. Llevar a un hijo a una clase de surf es darte cuenta de que lo puedes ayudar a todo, pero en el momento está solo.
Bailar en la cueva, tu último disco, es un disco de celebración, de bailar y de disfrutar. Siempre buscas retos,salir de tu zona de confort. ¿Qué idea tienes para el próximo?
La verdad es que sí, soy un yonqui de la incomodidad. Me gusta salir de mi zona de confort. Estoy siempre escarbando, siempre buscando. Luego intento estar cómodo, pero me gusta mucho moverme de manera pendular.
El disco anterior es muy expansivo. Éste probablemente vaya hacia el otro lado. Hacia el lado más intimista, más minimalista. Un disco para mediados o finales de 2017 opuesto a Bailar en la cueva. Un disco más hacia dentro.
¿A qué poeta te gustaría poner música?
Es difícil poner música a una poesía. Muy difícil de hacer, que no me animaría a hacer. Hay como una especie de redundancia que se vuele muy complicada para mí. Pero no sé…Garcilaso de la Vega. Tiene mucha musicalidad.
En una entrevista dijiste que la nostalgia es una endemia en la sociedad actual.
Sí, cierto. Lo pienso.
Pienso también en la incoherencia, la contradicción. Cada vez hay más cursos de meditación, de yoga, de estar con uno mismo, y sin embargo es en la actualidad cuando más dispersos estamos.
También es un indicador de salud. Hay que ser consciente con toda la sensación de que el mundo va horrible, va espantoso. Esto es cierto en el área ecológica. Pero desde el punto de vista de las sociedades en donde vivimos, la gente va adquiriendo más salud, más años de vida; va extendiendo sus actividades y va entrando en algunas que son un premio para una persona, como estudiar meditación y yoga.
Yo a veces llego a poder ir a la clase de yoga y a veces no. Cuando puedo, voy y me gusta mucho. Lo mismo con la meditación, me gusta mucho, pero no siempre llego a poder incorporarlo a mi vida. Lo considero como un premio. Es una señal de que la sociedad en algunas cosas va mejor. Pero también es un contrapeso, porque vivimos en un mundo de enorme dispersión mental. Donde la gente no va ni al baño sin el móvil. Es muy difícil concentrarse.
Está el libro “Superficiales” (The shallows: What the Internet Is Doing to Our Brains) de Carr, que dice que el cerebro humano está volviendo a la época en que vivía en los árboles y estaba todo el tiempo mirando para un lado, mirando para otro, como un pájaro. Con la cabeza todo el tiempo en movimiento, listos para el multitasking y que hemos perdido la capacidad de concentración. Pero bueno, también hemos ganado muchas cosas.
No quedó tiempo para preguntarle sobre cómo se sentía al compartir escenario con su mujer y su amigo. Pero la respuesta la tuvimos un rato después cuando la complicidad se hizo carne y hueso entre los tres artistas.
Leonor Watling y Alejandro Pelayo, Marlango, hicieron gala de su exquisitez, su dulzura y su buen humor. La actriz y cantante se atrevió además con el italiano y el portugués. Junto con Jorge, nos regalaron momentos únicos con versiones de Radiohead, Leonard Cohen, The Beatles o José Alfredo.
Terminar como trío cantando Todo se transforma tuvo más sentido que nunca aquella noche, en la madrileña Galileo, donde hace años tuvo lugar el primer contacto entre los dos enamorados.
Fotos de Thomas Canet extraídas de la web de Jorge Drexler.
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