El diluvio es probablemente uno de los recursos literarios más simbólicos y utilizados. El evocador diluvio; purificador o justiciero, regalo del cielo o castigo divino. Dudo mucho que el equipo de MTV que produce ‘Alaska y Mario’ pensase en pasar por agua el Topichella Indie Travesti Festival tras una temporada que más bien andaba necesitada de un buen broche de oro cargado de sol y de sonido. El diluvio ni purificó ni maldijo el festival ‘improvisado’ por Topacio y amigos, tan solo lo ensombreció vilmente aunque de la jodienda saliese vencedora una Alaska que se mostraba por fin real. La cara de decepción de la diva ante la circunstancia meteorológica ha sido de lo más natural que hemos vivido en la última temporada del reality. Bendito diluvio.
Analizamos ciertos aspectos que nos han desencantado de la última temporada de un reality show que pierde naturalidad y realidad a partes iguales:
Desgana y apatía. ‘Cariño, si yo lo que quiero es quedarme aquí durmiendo contigo’ bostezaba un Mario cansado, inaudito en ninguna de las anteriores ediciones, por la tremenda pereza que le suponía afrontar la fiesta de Silvia Superstar en Ibiza. Si bien es cierto que tras varias horas de retraso de vuelos e incertidumbre la moral no está en alza, sorprende mucho que sea Mario quien no encuentre fuerzas para un acto social de los que la audiencia ya presupone son de sus favoritos.
Personajes estrella, decepciones bomba. Tamara Falcó rebuscando en sus pueriles recuerdos para contarnos cómo Enrique Iglesias se abrazó al televisor la famosa Nochevieja de las tetas de Sabrina es un ejemplo. Sosa, inverosímil y un poco flipada por estar allí sentada sin tener muy claro en base a qué contrato había terminado devorando hamburguesas frente a unas gentes con las que no comparte absolutamente nada.
Tampoco la visita a Belén Esteban fue del agrado del público. Lo forzado de las citas con la rubia en Benidorm hizo asomar en ésta una timidez totalmente nueva para la audiencia. Lo de interpretar no es su fuerte, ya quedó claro en Torrente.
Reparto coral. Hay producciones magníficas cuyo acierto es encontrar un reparto coral de lujo. En Volver, de Almodóvar, el reparto influyó tanto en la grandeza de la peli que a la hora de premiar a sus actrices hubo de hacerlo en conjunto en muchos de los premios europeos a los que fueron nominadas. En Alaska y Mario han debido tomar nota y han tirado de ‘coro’ más que en ninguna temporada anterior. Es un acierto, pues jamás encontraremos exceso de Topacio Fresh o La Juanpe en nuestros televisores, pero evidencia que los dos protagonistas principales pierden chispa, o ganas, y que los secundarios funcionan mejor a la hora de mantener viva la esencia del reality. La visita ‘sorpresa’ de Topacio y cía. al retiro rural de la pareja protagonista evidencian el marcado carácter coral de la temporada.
Publicidad subliminal excesiva. Vale, la audiencia es inteligente y sabe cuándo Maria Barranco está promocionando su próxima obra abiertamente o cuándo habla de su alocada existencia, pero de ahí a tomarnos el pelo vilmente ha de haber un gran paso. Nadie se cree que el mejor regalo para Mario fuese la visita sorpresa de una chica Almodóvar a la que jamás habíamos visto anteriormente en su casa.
Topacio también saca un rédito incalculable como celebrity y como galerista de arte, cosa que estaría muy bien si los últimos benefactores fuesen los artistas que en ella exponen. Nada más lejos; se termina promocionando una élite ‘cultureta’ de difícil acceso. Por otro lado y en su faceta de amante del arte, Alaska usa la promoción para mostrarnos a artistas ya endiosados o asentados pero que ‘ha conocido por Instagram’ o cineastas como Alejandro Amenábar. Como dato, éste último se deja grabar con su novio recibiendo regalos y hablando de una boda de la que luego, como intuíamos, no veríamos absolutamente nada. Cebar un evento que jamás se emitirá es algo que sucede por primera vez en esta temporada.
Politiqueo insinuado. Han sido varias las ocasiones en las que Mario ha criticado con gracia a las nuevas formaciones políticas que copan el panorama sin mostrar al natural su postura ideológica real. Jugar a la insinuación política en un contexto en el que el país vive más politizado que nunca es una estrategia buena de dejar ‘asomar la patita’ y dar contenido variado y actual al programa.
En éste punto podríamos encasillar la extraña visita de Mariló Montero. Si bien no se habló de política, la Montero es toda política en sí misma. Polemista como pocas, exmujer de Carlos Herrera y clara simpatizante de todo lo que sea ‘dar que hablar’. Es quizá la visita más artificiada hasta la fecha, tanto que aún nadie sabe qué pintaba Melanie Olivares riéndole las gracias en aquél sofá…
Irreality show. El reality ha dejado de mostrar la ‘vida’ más normal de los protagonistas para dar paso a una estructura abiertamente guionizada en la que prácticamente cada capítulo se divide en tres secciones: Vacaciones wherever, visita de famosos y promoción del nuevo disco de Fangoria.
Vacaciones en Ibiza para promocionar lo de Silvia, en Marbella para que los jóvenes pongan cara, y nombre, a Elena Benarroch (marca peletera muy de capa caída en la actualidad), en Benidorm para jugar a ser vulgares con la Esteban y retiro rural en el campo para auparnos al auge ecologista que vive el país. Todo muy prefabricado y cada vez más alejado de la ‘realidad’ casera que en su día nos enganchó. ¿Asistimos al final del programa? ¿Se ha cansado la pareja de jugar a los Ousborne?
De aguantar el formato una temporada más, se augura un rumbo lógico en el cual las diferencias con un magacín matinal donde cada cuál va a hablar de su libro se harán apenas perceptibles. ¿Terminaremos asistiendo a una Burger party en la que Albert Rivera, mc pollo en mano, intente demostrar por quincuagésima vez que es él el nuevo cambio? Ya me imagino la parafernalia, el attrezzo y el guion del capítulo: desde la casa más moderna de España, combinando jeans y americana, la camisa bien planchada y una buena mesa llena de hamburguesas de pollo… de carne de pollo prefabricada.
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