¿Hueles eso? Sí, son las vacaciones de Semana Santa aproximándose entre las cientos de entregas, trabajos, parciales y otras muchas obligaciones varias que taladran tu subconsciente de manera incansable. Viene a rescatarte. Y da gustico sólo de pensarlo.
Puede que para celebrar este fugaz a la vez que agradecido despojo de tus responsabilidades más primarias hayas decidido hacerte un viajito. ¿A dónde? A donde tú más quieras. Ahora bien, la historia que hoy voy a contarles tiene lugar sólo en aquellas expediciones que se realizan en avión. ¿Por qué? Pues porque nunca he viajado en globo o en zepelín. Si fuera así, definitivamente, este artículo iría de otra cosa. Como, qué sé yo, de viajar en globo o en zepelín. Por ejemplo.
Todas aquellas personas que de un modo u otro participaron en la invención del artefacto que a día de hoy nos permite volar de un lado a otro –algo fantástico, todo hay que decirlo–, en realidad estaban fabricando una máquina de hacer anécdotas. No es casualidad que, siempre, lo primero que te pregunte la persona que está esperando para recibirte en el aeropuerto de destino, sea: “¿Qué tal el vuelo?”. Lo preguntan porque están sedientos de una batallita propia del transporte aéreo. ¿A que cuando te bajas del bus la persona con la que has quedado no te pregunta que qué tal hoy la trepidante ruta de la línea nosécuál? Pues no, pero debería. La épica de los viajes en autobús puede alcanzar límites insospechados. Pero eso lo dejamos para otro día.
Así pues, como no podía ser de otra forma, hoy vamos a hacer un repaso por esas cosicas que hacen tan particulares los viajes en avión. Algunas más graciosas que otras, pero todas ellas con su no sé qué. Empezamos:
La reserva/compra del billete
Esto siempre es gracioso. Es gracioso porque, pese a haber atendido con fascinación a los cientos de miles de historias en las que conocidos o gente de mi entorno encontraban billetes con destino a un lugar muy lejano, extremadamente paradisíaco, o indudablemente susceptible de ser instagrameado, todo ello por el módico precio de aproximadamente 3,50 € –ida y vuelta–… se conoce que la suerte aeronáutica no tiene los mismos planes para mí. Nunca, además.
El camino al aeropuerto
Los aeropuertos están lejos. Siempre. Incluso si vives al lado del aeropuerto, te pillará lejos. De hecho, si se diera el caso de que el aeropuerto de tu ciudad alquilara habitaciones que se encontraran dentro del propio recinto, también te quedaría fatal para llegar. Parte con premura y lleva un abrigo por si refresca.
La kilométrica cola de la puerta de embarque
Es el ansia que nos devora, amigos. No importa la antelación con la que decidas ir a la puerta de embarque, ya estarán allí. Cientos de miles de personas –calculo así, a ojo– congregados en fila india esperando a que les dejen pasar. ¿Por qué? Es un misterio irresoluble. Algunos están allí para asegurarse de que haya hueco para su equipaje de mano. Otros… pues no lo sé. Creo que nadie lo sable. Ni si quiera ellos mismos :_ )
Los vuelos con retraso
Desternillantes.
Tu compañero de avión
Esto es toda una lotería que abarca desde la persona más cordial del planeta hasta la persona que, estando sentado en ventana, se levanta unas trece veces para ir al baño en un trayecto de 2 horas y media. En este caso, el azar escogerá por ti.
Nuestras amigas las turbulencias
Dicen que son muy normales y que no pasa nada. Pero tú eres una persona con un mundo interior demasiado amplio como para conformarte con frases tranquilizantes que apelen al sentido común. ¡No te preocupes, muchacho o muchacha, que en un momentico de ná’ se habrán pasado! [introducir aquí risa nerviosa]
Recoger las maletas
Llegamos al final de nuestro viaje, y el ansia vuelve a poseernos. Si acudís a por la maleta que habréis facturado previamente, podréis observar a un mar de personas esperando impaciente por la suya. Cerca de la cinta. MUY cerca de la cinta. Incluso cuando no está en marcha aún. Mientras tanto tú, haciendo alarde de la parsimonia que te caracteriza, te acercas lentamente e intentas ver entre toda esa gente tu maleta con motivos de fantasía. Y cuando la identificas, tratas de aproximarte hacia ella –sin demasiado éxito– repitiendo sin cesar “perdón”, “perdón”, “perdón”, “perdón”, hasta que un alma caritativa decide dejarte paso.
Y así empiezan tus vacaciones. Y, oye, ni tan bien. Que sarna con gusto no pica, ¿sabe usted? Esperamos que tengáis unas vacaciones estupendas, sean en el medio de transporte que sean. ¡Hasta pronto!
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