Tras estrenar el año pasado Birdman, una dramedia negrísima sobre la cultura de masas y los tiempos frenéticos (y superficiales) en los que vivimos, el tándem Alejandro González Iñárritu – Emmanuel Lubezki, se confirman como una de las parejas cinematográficas más importantes de la actualidad con El renacido, una historia de supervivencia y venganza en condiciones extremas, que el primero dirige (y co-escribe) y el segundo ilumina. La película, nominada a nada más y nada menos que 12 Oscars, narra cómo un explorador, en la salvaje América del S.XIX, es gravemente atacado por una osa y traicionado por un compañero de expedición, al que perseguirá a través de una capa de nieve infinita, buscando venganza. El héroe contra las cuerdas es Leonardo DiCaprio, en la que quizás sea la interpretación más inusual de su carrera, la más introspectiva y dónde resulta más difícil ver al actor detrás del personaje. Mientras que el villano sin remordimientos es un Tom Hardy bruto, cruel y egoísta. Entre ambos, algunas de las imágenes más poderosas que se hayan visto en el cine. Iñárritu y Lubezki ruedan la violencia, la soledad y la desesperación con una belleza pocas veces vista antes.
El renacido es una rabiosa apología de la imagen y del cine como arte que nos acerca a paisajes que seguramente no veremos nunca con nuestros propios ojos. Las artes plásticas y audiovisuales han intentado, desde sus inicios, capturar momentos para evitar que se pierdan en la memoria. Convertir un instante en algo eterno. También han imaginado nuevos mundos, mundos que se escapan del alcance de nuestro camino vital. El renacido nos presenta a la naturaleza en su máxima expresión, impresionante y salvaje, hermosa y letal, hipnótica y aterradora. Es tan poderoso el mundo que recrean que logran que una película de 150 minutos sin apenas diálogos sea un entretenimiento capaz de llevar a las masas al cine. Estamos ante una aventura que no deja, ni un solo momento, de sorprender al espectador, exprimir el medio y buscar la espectacularidad. Es innegable la visión de Iñárritu. Si en Birdman había construido un monumental (falso) plano secuencia, en El renacido da a luz secuencias dirigidas con una rabia y un pulso apabullantes.
Lejos queda ya el Iñárritu de la Etapa Arriaga, guionista de Amores Perros, 21 gramos y Babel. En esta historia mínima, los diálogos dejan paso a las imágenes, y la historia no es nada más que el esqueleto sobre el que estas se van acumulando y articulando. Esta especie de western gélido usa un detonador típico del género: la venganza, para mostrarnos el lado más desasosegante tanto de la naturaleza como del ser humano. Si Gravity, otra película de gran belleza estética, abordaba la lucha por la supervivencia desde el humanismo y el optimismo (al igual que otra aventura espacial, la Marte de Scott), El renacido lo hace desde un punto de vista mucho más pesimista. La supervivencia conlleva sufrimiento, vísceras, dolor y pérdida. Incluso el clímax no deja de ser una demostración más de lo oscuro que puede llegar a ser nuestro interior. En unos Oscar tan abiertos, no puede descartarse la victoria de la película de Iñárritu. Los cuatro films con más opciones de ganar los Oscar a la mejor película y al mejor director, son dos dramas que pretenden ser informativos y que están plagados de diálogos (Spotlight y La gran apuesta); y dos aventuras espectaculares, que pivotan en torno a la supervivencia de sus protagonistas, dos obras más visuales y físicas que dialógicas (El renacido y Mad Max). A priori, Spotlight y La gran apuesta parten con ventaja en la categoría reina, mientras que El renacido y Mad Max se repartirán la mayoría de premios técnicos y darán la batalla en la categoría de mejor dirección. Y sí, salvo sorpresa mayúscula, El renacido pasará, también, a la historia como la película por la que Leonardo DiCaprio ganó, por fin, el Oscar al mejor actor.
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